lunes, 15 de diciembre de 2008

BESADA EN AÑOS LUZ

Los catorce años suelen ser una edad sumamente difícil para una chica, es la edad de los primeros bailes, o en algunos casos, cuando la adolescente es más agrandadita, edad de los primeros boliches. En mi caso ni una cosa ni la otra. Ya había ido a los primeros bailes, pero no a boliches, por más que era otra época, casi sin peligros, digamos, comparándola con hoy. En realidad yo había descubierto los recitales en Pacífico, mis papás no ponían ninguna resistencia a que fuera a ver cuanta banda o solista se presentara.
Digamos que tenía yo un recorrido hecho, poco, pero más que otros chicos de mi edad; y por lo tanto ya empezaba a rankear mis gustos (el número uno se mantiene impoluto desde aquellos días a hoy). En esos años todos los sábados había un recital en el club, como ya dije. El primero que vi. fue de Los abuelos de la nada , y no tengo que aclarar que después de haber sido fan de Sarah Key, semejante espectáculo no sólo me voló la cabeza , sino además fue una revelación : “ quiero ir a conciertos de rock toda mi vida” como Águeda , como canta Luis……y allá vamos.
El verano mendocino del 85 hubiera transcurrido sin más ni más, sino hubiese sido por el terremoto que sacudió la provincia a fines de enero.
Mis papás habían hecho reservas para pasar la última semana de enero en Mar del Plata, pero debido al sismo, decidieron cancelar y reservar para la última quincena de febrero. ¡Bien por ellos por que sino lo que ocurrió esas vacaciones no hubiera sucedido...! Es el destino…alegan por ahí.
Fue así como mis padres partieron unos días antes a buscar casa, con mis dos hermanos menores y mi tía Anica. Mi abuela, mi hermana Sol, mi amiga Paula y yo lo hicimos dos días después. Recuerdo que todos nuestros amigos fueron a despedirnos al aeropuerto como si nos fuéramos a vivir al Congo y no fuéramos a regresar jamás.
Bien instalados en Mar del Plata, más precisamente en Pta. Mogotes en un departamento en frente de la playa nuestros días comenzaron a transitar apaciblemente, como cuando uno es una chica adolescente, obediente, tranquila, que se va con su familia y los padres no te sacan los ojos de encima. El día transcurría desde el desayuno , playa, almuerzo, playa (amigos de verano) , panqueques de la abuela , ducha, cena, salida ya sea a comprar los futuros sweaters del invierno , los alfajores de regalo o a tomar algo con chicos que habíamos conocido en la playa.Yo zafaba por que mi hermana tenía dieciséis y salir con ella era como un salvoconducto.
El tiempo que pasábamos en el departamento, ayudábamos un poco con el orden y limpieza, probándonos la ropa que usaríamos después (costumbre que aún conservo) o escuchando los únicos dos cassettes que habíamos llevado, que ese verano como disco de temporada era el de Viudas e hijas de rockenroll, con su bikini a lunares amarillos, y en el otro rincón, Madre en años luz del flaco Spinetta. ¡Hasta mi abuela terminó ese verano cantando mejicanito y Luzmila!!!...todo el tiempo, uno- otro- uno- otro….
Un día partimos de recorrido al centro, a comprar ropa, y pasamos por una galería antigua y muy oscura, inmediatamente a mi me hizo acordar a la vieja Galería Tonsa de la ciudad de Mendoza, el mismo estilo. Cuando ¡OH! Vimos un cartelito muy chico (todavía no sé por qué) que esa noche tocaba en el teatrito de la galería Luis Alberto Spinetta, presentando justamente, Madre en años luz. No lo podíamos creer. Entramos corriendo a la boletería y compramos una de las últimas entradas que quedaban, ¡justo había tres! Todo empezaba a cerrar mágicamente. En aquel tiempo las entradas a recitales eran muy baratas. Felices, realmente felices, recuerdo que fuimos a avisar, pero como mis papás y hermanos habían salido mi abuela no nos dejaba ir. Finalmente logramos convencerla con la condición que mamá creyera que estábamos con amigos y que volveríamos apenas terminado el recital.
¡Nos pusimos bellas! Y felices partimos, tengo recuerdos de lo que fue llegar al teatro Radio city otra vez, los colectivos volvían llenos y no paraban . No tuvimos más opción que la de hacer dedo, ¡nos dejaron en el puerto! Caminamos atravesando una banda de músicos de prefectura naval que conmemoraba no sé que cosa, con las trompetas aullando en el oído, hasta que ya, cuando creíamos que nos habíamos perdido, llegamos.
En la cola para entrar quedaban pocas personas, la mayoría ya estaba adentro, en la cola María Gabriela Epumer estaba delante de mí, me llamó la atención que hiciera cola con todos por que por un lado era una de las chicas del momento, y además la hermana de Lito, guitarrista de Luis.
Entramos .Asientos numerados ¡fila tres enfrente del escenario!...parecía que iba a ser una noche perfecta, Y Luego, ahí, de pie frente a todos, él. Él y su música. Él y su voz. Bello. Único. Brillante. Salió con una máscara africana que usó la mitad del show, un chaleco naranja fosforescente como los que usan los operarios que trabajan en las calles. Nos dijo que nos agarráramos fuerte de las butacas por que íbamos a salir volando. Y así fue. Volamos todos.
Un sonido nuevo del Flaco, máquinas…su entrega: total.
Como todos los recitales de él, la gente queda en un estado de éxtasis que por momentos se hacen unos silencios que cuando termina una canción se puede oír la respiración de Luis en el micrófono. Salió un rato, lo dejó al Mono tocando un tema suyo, Plus ultra se llamaba. Volvió, nos cantó, nos habló, nos acarició a todos con sus melodías.
Cuando terminó todos salimos en silencio…encantados….
Pero nosotras no nos fuimos, nos quedamos paradas ahí, en el hall del teatro, esperando casi intuitivamente por lo que venía.
Salió solo al hall. Y a no quedaba nadie salvo nosotras tres. 14, 15 y 16 años, yo, la menor de las tres. Mi hermana me tomó del brazo, como anticipándose a mis movimientos. Ellas se adelantaron, lo saludaron con un beso en la mejilla. Luis tenía entonces 34 años. Nos firmó los autógrafos de rigor, mientras que nos invitaba a pasar al teatro, nos sentábamos en la última fila a charlar. Nos preguntaba de dónde éramos, de Mendoza Flaco, nos preguntaba si el sonido había estado bueno, por que a él le parecía que no, que la acústica era muy mala, que era una bola, sonó bien Flaco. Yo que estaba parada enfrente se lo dije, se lo pregunté, se lo pedí: ¿me das mi primer beso? (de verdad nunca había dado un beso, en mi mundo de entonces había que tener novio para eso y yo nunca había estado de novia). Y él muy tiernamente me lo regaló.
Mi primer beso, ese que nunca se olvida, dicen , y es verdad por que lo recuerdo con todos sus detalles…el olor del teatro, el pelo rojizo de él, mis catorce, la ropa que tenía él y la que tenía yo, su mano suave, sus labios delgados. Fue un beso de ternura, de un hombre de 34 a una chica de 14.
Como todos los primeros besos delimitó algo, en primer lugar mi amor incondicional hacia su poesía y su música, y aunque en ese momento no lo sabía, también en mi alma se fijaría una consigna: nunca me enamoré de alguien que no fue músico, y todos mis besos, serían dados a ellos y dados por ellos…un alma típicamente grouppie?
Ví a Luis muchos recitales más, creo que fue el músico al que más veces he visto, también a veces fuera de los shows…pero ese , se sabe, fue único. Hubo de aquí hasta hoy muchísimos besos. Ricos en su mayoría. Pero aquel beso es el que recuerdo no sólo con la nitidez del tiempo no transcurrido, sino con toda mi ternura.
Hasta siempre Luis.

HAIKUS DE DICIEMBRE

Yo cambio mi piel
Esperando la noche,
Desnuda de luz.


Quiero descubrir
Aromas de tu cuerpo
Viajando mi piel.


Suelo dejar
Poemas en mi alma
Esperando papel.


¿De dónde sale
-pregunté a mi corazón-
Tanta alegría.